Máscaras, disfraces, palabrerías, servilismos, apariencias..., herramientas que obedecen a las artes más frívolas y rastreras de un pasado no muy lejano aunque ya casi olvidado, donde el hombre de hoy, tiene que saber capear si no quiere caer en el poder dominante de una sociedad rancia, hipócrita y postinera, donde prevalece más el rango social, el poder económico o el título académico que el valor intrínseco del individuo.
Bien es cierto que el hombre actual ha evolucionado considerablemente en lo crematístico y que en líneas generales, da muestras de saber vivir en una sociedad avanzada y noderna, adaptándose satisfactoriamente en el ámbito cultural y tecnológico de este incipiente siglo XXI.
Pero, aunque sea de una forma indirecta, arrastra aún muchos tabúes socio-culturales heredados del pasado y de los que, quizá, no va a poder desprenderse nunca. Con asiduidad cae en esos prejuicios de tipismos como: para que no digan..., si hago o no hago..., el que dirán..., con los mismos miedos y con los mismos amos...
Al final estos lastres son los que le agarrotan, le traban y en ocasiones, hasta le privan de sus derechos, de su respeto, de reconocerse libre.
Muchos de estos lastres, en su mayoría, son transmitidos en la educación de generación a generación, en el ámbito familiar, por la represión de sus progenitores, fruto de tantos y tantos años de mutismo, de subordinación, de inseguridad...
Uno se ha acostumbrado tanto a esta máscara, que ya, a duras penas, puede desprenderse de ella, a veces cuando lo intenta, se siente raro, ajeno, vulnerable, es como si fuera el escudo protector, su salvavidas..., en ocasiones y sin ningún reparo es utilizada en los núcleos más íntimos.
Quitémonos las máscaras, sepamos legar a nuestras generaciones presentes y futuras, la valentía, la autoestima, el respeto a sí mismos y a lo que les rodea. A que crezcan sanos y libres, apartados de los gérmenes nocivos del miedo y de la ignorancia...
Diario de Burgos (06/02/2008)
Bien es cierto que el hombre actual ha evolucionado considerablemente en lo crematístico y que en líneas generales, da muestras de saber vivir en una sociedad avanzada y noderna, adaptándose satisfactoriamente en el ámbito cultural y tecnológico de este incipiente siglo XXI.
Pero, aunque sea de una forma indirecta, arrastra aún muchos tabúes socio-culturales heredados del pasado y de los que, quizá, no va a poder desprenderse nunca. Con asiduidad cae en esos prejuicios de tipismos como: para que no digan..., si hago o no hago..., el que dirán..., con los mismos miedos y con los mismos amos...
Al final estos lastres son los que le agarrotan, le traban y en ocasiones, hasta le privan de sus derechos, de su respeto, de reconocerse libre.
Muchos de estos lastres, en su mayoría, son transmitidos en la educación de generación a generación, en el ámbito familiar, por la represión de sus progenitores, fruto de tantos y tantos años de mutismo, de subordinación, de inseguridad...
Uno se ha acostumbrado tanto a esta máscara, que ya, a duras penas, puede desprenderse de ella, a veces cuando lo intenta, se siente raro, ajeno, vulnerable, es como si fuera el escudo protector, su salvavidas..., en ocasiones y sin ningún reparo es utilizada en los núcleos más íntimos.
Quitémonos las máscaras, sepamos legar a nuestras generaciones presentes y futuras, la valentía, la autoestima, el respeto a sí mismos y a lo que les rodea. A que crezcan sanos y libres, apartados de los gérmenes nocivos del miedo y de la ignorancia...
Diario de Burgos (06/02/2008)
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