Resulta verdaderamente imposible hablar de Tórtoles y no hacer alusión al antiguo monasterio de Santa María la Real y máxime ahora, que saliendo del ruinoso letargo de treinta años, vuelve a cobrar vida, aunque sea en otro ámbito ajeno al monacal. Para las gentes de la villa fue siempre su identidad, su referente, su cultura... Y, con más o menos acierto, cada uno a su manera ideó y forjó sus propias conjeturas respecto a las relaciones y a las controversias que hubo entre el señor y el vasallo.
Es en 1194 cuando el magnate Gonzalo Pérez de Torquemada y su mujer, María Armíldez deciden fundar un señorío de abadengo en la villa de Tórtoles, en un pequeño santuario dedicado a la advocación de Santa María, rodeado de arboledas con abundantes manantiales y un molino harinero. Es en este paraje, (actualmente la zona de los caños) donde cuarenta años antes don Ermíllo Meléndez (padre de la fundadora) quiso crear un priorato premostratense dependiente de La Vid.
En 1190 los fundadores dan limosna a la orden de Calatrava implorando sufragio por ellos y para sus padres. Es probable que no tuvieran descendientes, ya que no hicieron mención de ellos en dichos sufragios.
La fundación monástica se va a apoyar en el monasterio de San Millán de Frandovínez, perteneciente a la familia del fundador, trasladando la comunidad benedictina a la antigua iglesia de Santa María, dos años antes de terminarse las obras. Su abadesa, doña Urraca Pérez de Torquemada, hace entrega de todos los bienes del monasterio y de su patrimonio personal ubicado en varias villas de la zona de Muñó.
El señorío engrosará el término de la villa de Tórtoles con sus vasallos, aglutinando un vasto patrimonio aportado por los fundadores: San Martín de Rubiales y su hospital, heredades en Villagutiérrez, Celada del Camino, Frandovínez, algunas behetrías en la Merindad del Cerrato, entre otras...
Como blindaje, y por medio de dos bulas que expidió el papa Inocencio III, don Gonzalo y doña María dejarán bien asentados sus derechos al amparo de la Santa Sede, quedando el monasterio bajo la protección del pontífice, anulando la potestad del obispo diocesano para disponer de sus bienes o enajenarle.
Diario de Burgos
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