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Proclamación de las Cortes de Cádiz |
Han transcurrido casi dos siglos desde aquel primer brote liberal que con tanto ímpetu irrumpió en las mentes y corazones de aquellos «patriotas» combatientes en un frente común, inoculando ese espíritu devengado de libertad a los «otros» españoles que por su debilidad o cobardía no estuvieron a la altura de la situación y de una forma un tanto radical se fueron desmarcando de sus antiguos compañeros de armas para posicionarse al lado de los sediciosos. Para estos otros españoles, poco o nada importan los ideales o aquello por lo que murieron miles de compatriotas defendiendo la libertad y la igualdad. Es probable que aún fuera prematuro un cambio tan radical en el anquilosado y aturdido pueblo español, ajeno a tomar alguna decisión, nunca por si mismo y, en adelante, tener que decidir y asumir las nuevas ideas renovadoras tan deprisa y en tan poco tiempo pudiera parecer una temeridad o un despropósito, ya que chocaban contra muchos de sus inalterables dogmas y preceptos, viejos tabúes con los cuales se habían regido y amparado toda la vida. Pero, para los liberales ya no había marcha atrás, esta era la única ocasión en la que el pueblo español podía decidir por si mismo su propio rumbo, su propio futuro, el momento era coyuntural pues, la guerra les había arrancado casi todo, y ahora que están huérfanos de su rey y abandonados a su suerte, adquirieron una licencia y un vigor hasta ahora inusitado para luchar dignamente por lo suyo. Había suscitado en ellos un nuevo espíritu de contienda y emancipación. En el árido suelo español empezaba a germinar la semilla de una nueva nación. Pero, la implacable y siempre oscura sombra del antiguo régimen aparece inexorablemente, con el vil Fernando VII al frente, apoyado por los cien mil hijos de San Luis, los nuevos gabachos y grupos absolutistas que aparecen y golpean como un huracán a los liberales abrogando la constitución de Cádiz. (Un golpe de estado en toda regla)
Diario de Burgos 22-01-2009
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